En el marco de las actividades de la Campaña Reglas Mandela, que llevan adelante la Defensoría General de la Nación y la Procuración Penitenciaria de la Nación, Comunicación DGN entrevistó a Marta Laferriere, fundadora y coordinadora académica del Programa UBA XXII.
El Programa nació hace 32 años, a partir de la experiencia del Centro Universitario de Devoto, que funciona en el Complejo Penitenciario Federal de CABA desde entonces. A través de UBA XXII, se dictan carreras de grado y cursos presenciales en varios establecimientos del SPF. En esta entrevista, Laferriere repasa sus orígenes y establece la razón de ser de la práctica que conduce.
“UBA XXII logra reconstruir subjetividad –y esto, no dicho por mí, sino por muchos de los alumnos que han pasado durante 30 años por acá–”, explica Laferriere. “Hay una de las Reglas Mandela que hace expresa mención a que el adentro tiene que ser lo más parecido al afuera. Nosotros, desde el 84, estamos tratando de hacer eso”.
Laferriere se refiere al primer punto de la 5º Regla Mandela, que establece que el régimen penitenciario “procurará reducir al mínimo las diferencias entre la vida en prisión y la vida en libertad que tiendan a debilitar el sentido de responsabilidad del recluso o el respeto a su dignidad como ser humano”.
“Esa regla, para nosotros, fue el inicio”, subraya.
—¿Cuándo se da ese inicio? ¿Cuándo nacen el Centro Universitario de Devoto (CUD) y UBA XXII?
—En el año 84, con la recuperación de la democracia. Salíamos de la dictadura y había una necesidad de recuperar las instituciones, de que los derechos humanos cobraran plena vigencia. Dentro de eso, por supuesto, había que considerar las cárceles, que eran un lugar de vejámenes, de falta de derechos, militarizadas.
A nosotros nos pareció interesante traer la universidad a la cárcel, que la universidad se juntara con el servicio penitenciario. Sabíamos que nos enfrentábamos a un desafío muy fuerte, en la medida en que eran dos lógicas muy diferentes, pero que era necesario unir en democracia. Unir y trabajar, y hacer sinergia como parte del Estado. Digo “estas dos lógicas”, porque una es vertical y la otra es horizontal; una, de imposición; la otra, de consensos.
Así nace la idea, con este pilar: recuperación de la democracia, recuperación de los DDHH, construcción de ciudadanía, de convivencia. Y nos parecía un lugar propicio para que la universidad pudiera entrar a hacer el trabajo que nos compete, que es educar, formar ciudadanos, más allá de dar títulos (cosa que también hemos logrado). Queríamos conseguir que la universidad otorgue herramientas para salir al medio libre con mayores posibilidades de no volver a fracasar. Por otra parte, también nos interesaba mucho qué estaba pasando en el interior de los sujetos acá adentro.
—¿Cómo se organiza el Programa?
—Depende del rectorado de la UBA. Tiene una dirección que está puesta por el rector que, en este caso, represento yo. Y después, tiene la concurrencia de unidades académicas que se van sumando al programa.
Al día de hoy son: CBC, Derecho, Económicas, Psicología, Ciencias Sociales y Filosofía. También hay un programa ad hoc que tiene la Facultad de Exactas, compuesto por cuatro niveles de talleres de computación.
El Programa UBA XXII comenzó acá, pero después rápidamente se extendió a mujeres, a lo que era la Unidad 3 (que hoy es la 4); a la Unidad 31 de Ezeiza, de mujeres con niños; trabajamos también en la unidad armada en la dictadura y desarmada en democracia, que era la Unidad 1 de Caseros; la Unidad 14, donde armamos un centro de informática aplicada.
Después estamos trabajando en el CP1, tenemos llegada a la Unidad 19, y tenemos inscripciones y traslados de Marcos Paz, que ahora estamos viendo si alguna universidad del conurbano puede hacerse cargo, porque no es solamente una cuestión de voluntad, es un problema de recursos. Nuestros centros están afectados de 9 a 18 h con profesores de la Universidad. En el caso de Ezeiza, hay que dar movilidad, hacemos 4 viajes diarios para estar en Ezeiza. No tenemos los recursos como para hacernos cargo de Marcos Paz.
Ha sido política de la UBA que este programa se extienda no solamente dentro del SPF. Creemos que es necesario llegar a una población a la cual nosotros no podemos llegar.
—La importancia del Programa tiene múltiples aristas…
—Creo que el Programa no es solamente el logro del título –que es muy significativo–, sino que lo más importante es generar lo que dicen las Reglas Mandela: espacios. Espacios en el interior de las unidades que permitan diluir el horror de la reja, de la separación, de la exclusión. Y poder ir construyendo y reconstruyendo sujetos en el transcurso de la vida universitaria. Por eso, para mí, es muy importante generar espacios. Cuando logramos construir un centro, es un momento de mucha alegría, porque generalmente es un espacio que recuperamos de la concepción “cárcel, reja, tratamiento”. “Es algo que se sintetiza en una frase: ‘a mí, la universidad me salvó la vida’”.
—Uno de los principios fundamentales de las Reglas Mandela sostiene que las medidas privativas de libertad tienen por objetivo proteger a la sociedad contra el delito y reducir la reincidencia, pero que esos objetivos solo pueden lograrse si se ofrece a las personas presas educación, salud, formación profesional y trabajo, para lograr su reinserción en la sociedad tras su puesta en libertad. ¿Comparte ese punto de vista?
—A veces uno piensa en el “reinsertar” o “rehabilitar”. Reinsertar no: nosotros queremos dar una herramienta que sea un pasaje a otra parte. Rehabilitar tampoco: suena a algo vinculado con una enfermedad. Lo que importa es dar herramientas, que están basadas en la palabra y en pensarse más responsablemente; en que podamos convivir mejor todos los argentinos. Eso es un poco lo que hacemos acá adentro, desplazar la violencia y dar la palabra. Para nosotros, eso es muy importante. A veces se logra y a veces no, pero hay que insistir.
—Es muy interesante la autonomía de este espacio.
—Nosotros logramos fijar como pauta que el CUD fuera un lugar de autogestión, de autodisciplina, por lo tanto, lo que es “seguridad” queda de la reja para afuera; y acá nos manejamos con la universidad y los alumnos de la universidad. Es la norma, es lo que debe ser. Y eso no fue hecho caprichosamente, sino porque entendimos que si nosotros estábamos tratando de generar sujetos responsables, de lograr que esto fuera una especie de embajada, un territorio libre donde se pudiera dar clases y donde se pudiera ser lo más parecido al afuera –nuevamente, Reglas Mandela: absoluta porosidad–; necesitábamos un espacio donde la biblioteca sea una biblioteca, donde se estudie, donde no haya perturbaciones. Un espacio verdaderamente universitario.
Todos los que hemos pasado por la universidad sabemos que ha sido importante obtener el título, pero lo que nos formaron los pasillos, la charla con otro –con un alumno, con un compañero de estudios, con un profesor– es lo que nos ha hecho ser como somos. Tratamos de que eso esté acá y de hacer entender que, para lograrlo, tenía que haber un espacio universitario lo más parecido posible al afuera, como dicen las Reglas Mandela.
—Hablemos del concepto de “seguridad”. Hay quienes lo entienden desde una perspectiva punitivista y otros que se basan en otros paradigmas menos duros.
—Yo creo que la construcción de una sociedad más segura es una sociedad donde se pueda convivir mejor. En lugar de hablar de seguridad, prefiero hablar de convivencia. Porque con una sociedad “segura”, vos te imaginás rejas y más rejas; pero la realidad es que la seguridad tiene que ver con la educación, tener trabajo, contención social, niños yendo desde muy temprana edad a las escuelas, entre otras cosas. Yo creo que, como sociedad, tenemos que pensar en medidas alternativas. Meter a la gente acá adentro es una cosa de una violencia espantosa, y está demostrado que, además, no sirve.
La UBA ha sostenido siempre este espacio. Es bravo, es una convicción política fuertísima la que nos mantiene acá, porque implica mucha erogación; pero esto tiene que estar, tiene que crecer, tiene que multiplicarse. Y, en ese sentido, nosotros estamos muy dispuestos a brindar el know how que tenemos para facilitar que otros lo hagan.
Empezamos con las manos, era algo artesanal, medio a ciegas, intuitivamente con dos o tres cosas que teníamos claras y que nos marcaban en fosforescente “democracia”. Fue eso, una profunda convicción de que las instituciones tienen que funcionar.
Es demostrar que… ¿viste cuando te dicen “no se puede, no se puede, no se puede”? Bueno: sí se puede ¿sabés? Con voluntad política, se puede. Eso es algo que también muestra este espacio. Tenemos muchos egresados que están andando muy bien por la vida. Otros no, desgraciadamente; pero muchos, sí. Es una herramienta, porque no es que la UBA da una pildorita contra la delincuencia, no es eso: es una construcción que se hace con el otro, y el otro tiene que estar dispuesto a venir y aceptar las reglas del juego. Es una construcción continua.